Participación sencilla aquí

Es cuando piden o toman la palabra quienes se encuentran relegados al silencio, cuando el lema de la pancarta es «¡Queremos que se nos escuche! La lucha por la democracia bajo los regímenes totalitarios o la reivindicación de formas de democracia participativa en sistemas de democracia representativa, serían ejemplos políticos generales de metaparticipación, como lo fue en su momento la exigencia del derecho al voto de las mujeres, o quizá lo sea en un futuro el sufragio de los menores de 18 años.

Pero también se está en la metaparticipación cuando los vecinos de un barrio quieren hacer oír sus peticiones en el ayuntamiento, cuando los trabajadores de una empresa reclaman una mesa de negociación, cuando un colectivo que se siente marginado decide salir del armario, cuando quienes no tienen voz en los medios de comunicación convencionales ponen en circulación medios alternativos, cuando un niño pide la atención de sus mayores.

En contextos educativos institucionales también podríamos hallar ejemplos de metaparticipación: en los estudiantes que reclamaban en los famosos años sesenta, pongamos por caso, una universidad más democrática; o en las pedagogías antiautoritarias y autogestionarias en las que se ceden a los escolares unos determinados márgenes de participación instituyente 9.

En la metaparticipación el objeto de la participación es la propia participación, aunque a menudo surja de situaciones o reivindicaciones con contenidos específicos: el colectivo «H» quiere hacer oír su voz en relación con «J»; advierte que nadie le escucha y llega a la conclusión de que para conseguir «J» deberá hacerse antes con un altavoz.

El altavoz es un ejemplo metafórico y a veces real del contenido de la metaparticipación. Ésta consta, pues, de «derechos» el derecho al voto, a la libre expresión, a la asociación, a la manifestación , «espacios, medios e instituciones para posibilitar la realización de tales derechos» parlamentos, medios de comunicación, foros, mesas de negociación, redes, consejos de participación, asambleas , y de «competencias personales y colectivas para poder ejercerlos realmente».

Decimos que las competencias participativas —después nos extenderemos más sobre ellas— son contenidos de la metaparticipación porque se pueden tener los derechos y los medios institucionales pertinentes y, a la vez, tener dificultades para usarlos. En este sentido, preparar a los sujetos para la participación es una tarea fundamentalmente educativa.

Consiste en facilitar a los individuos la adquisición de las capacidades necesarias para participar. Se trata de ciertas actitudes: la de querer involucrarse en lo que a uno le concierne, la de la tolerancia para aceptar que los demás también lo hagan, y también de ciertas capacidades expresivas y dialógicas para dar forma comunicativa eficiente a los intereses, opiniones y deseos, y para ponerse de acuerdo, negociar, consensuar.

Por dar un ejemplo, cuando Paulo Freire entendía la alfabetización como un medio para dar la palabra a quienes estaban inmersos en una cultura del silencio, en cierto modo se estaba refiriendo a estas competencias necesarias para una participación real.

Presentadas las cuatro formas de participación que configuran nuestra tipología, nos referiremos a continuación a unos cuantos criterios o parámetros que nos pueden servir al mismo tiempo para dos cosas. En primer lugar, para refrendar algo que ya hemos anticipado, esto es, que globalmente considerados cada uno de los tipos expuestos supone, según el mismo orden en que los hemos presentado, una participación de mayor rango.

En segundo lugar, tales criterios permiten también establecer graduaciones dentro de cada uno de los tipos. Cada uno de ellos puede darse en grados diferentes, y según sea la resultante de su combinación cabe hablar de mayor o menor participación fig.

Figura 2. Por implicación entendemos el grado en el que los participantes se sienten personalmente afectados por el asunto de que se trate.

Sería algo así como la mayor o menor distancia que existe entre el sujeto y el contenido del proceso en el que se le invita o decide participar. Es un elemento que juega sobre todo en la dimensión emotiva de la participación, y que constituye, por tanto, un factor de motivación favorable a la participación.

Uno se siente más o menos impelido a participar y a hacerlo con mayor o menor intensidad, según relacione el asunto de que se trate consigo mismo y con su situación, con sus intereses, deseos, expectativas y problemas.

De todos modos, aunque la implicación es un componente de la participación que normalmente juega en sentido positivo, no cabe confundir tales conceptos: podrían darse situaciones de fuerte implicación con grados reducidos de participación, lo cual se explicaría en función del resto de factores intervinientes.

El grado de implicación puede referirse a cada uno de los cuatro tipos de participación expuestos: en un espectáculo deportivo los asistentes «participan» más o menos animan, aplauden, chillan según su grado de vinculación emotiva con uno de los equipos que se enfrentan «participación simple» ; no es lo mismo que uno sea llamado a opinar sobre un asunto que le concierne muy poco, o que lo sea sobre algo de lo que depende directamente su bienestar «participación consultiva» ; sobre la participación proyectiva, ya decíamos que requiere que el sujeto «haga suyo» el proyecto de que se trate; y respecto a la «metaparticipación», hay que decir que difícilmente alguien se plantea luchar para conseguir derechos o canales de participación si en ello no le va nada.

Si el criterio anterior jugaba sobre todo en la dimensión afectiva, éste lo hace preferentemente en la cognitiva. Se trata del grado de conciencia que tienen los sujetos sobre el sentido y las finalidades del proyecto, y de la cantidad y calidad de información de que disponen sobre el objeto o contenido del mismo.

Actúa también en la motivación o decisión de participar, pues difícilmente puede pensarse que la ignorancia respecto a un asunto determinado estimule la voluntad de intervenir en él. Pero la información juega un papel muy relevante en la calidad del proceso participativo: ser consciente de lo que realmente se pretende con el proyecto y conocer sus implicaciones variables, afectados, alternativas, posibles consecuencias, etc.

es una condicionante de la eficacia del proceso. A primera vista podría pensarse que en la participación simple este factor no es muy importante, dado que en ella se trata sólo de hacer acto de presencia y de responder a estímulos; sin embargo, incluso en este tipo tan elemental de proceso participativo la información constituye un factor relevante: es el que puede evitar los fenómenos manipulativos.

Respecto a la participación «consultiva», hay que decir que el valor de una opinión está en relación directa con la calidad y cantidad de datos y conocimientos que se poseen relacionados con el asunto sobre el que se opina. Y en la participación «proyectiva» también resulta obvio que el fracaso del proyecto estará asegurado si los participantes actúan desinformados.

En la «metaparticipación» este factor está garantizado, porque en todo el proceso los implicados definen los motivos y los objetivos, y el nivel de información se origina en el propio acto de participar. La capacidad de decisión constituye un ingrediente fundamental de la participación; tan es así, que las acciones de participar y de decidir a veces llegan incluso a confundirse.

De hecho, «capacidad de decisión» tiene dos significados diferentes aunque muy relacionados. Por un lado, puede referirse a la competencia psicológica de que dispone un individuo para tomar determinadas decisiones.

Esta competencia está en función de distintas variables: nivel de desarrollo del sujeto, experiencias previas de participación, información de que dispone sobre el asunto de que se trate, etc.

Cuando se da este tipo de requerimientos podemos decir que esa persona «está preparada para decidir». Pero el hecho de estar preparado para decidir sobre algo o para tomar parte en la decisión no significa necesariamente que se tenga capacidad efectiva de decisión sobre ese algo, ya que no depende sólo de las competencias psicológicas del sujeto sino de aspectos contextuales, legales, políticos, económicos, etc.

Depende, en definitiva, de las condiciones factuales y de las relaciones de poder que hagan al caso. Cuando se habla de «capacidad de decisión» habría que precisar el sentido en el que, en cada momento, se usa tal expresión. Eso hay que hacerlo sobre todo cuando se habla de participación infantil, pues a menudo en relación con ella se confunden ambas «capacidades» de decisión; mejor dicho, es frecuente que la negación de la una proceda del no reconocimiento de la otra, lo cual a veces está justificado y otras no.

A los niños se les niegan determinadas capacidades factuales de decisión con el argumento de su inmadurez, es decir, de su supuesta incapacidad psicológica para tomar tales decisiones.

Como decimos, esto a veces puede estar justificado, pero quienes abogan por incrementar la participación social infantil lo hacen porque consideran que la capacidad psicológica de los niños para tomar decisiones es mayor que la que habitualmente se les reconoce.

La capacidad de decisión en el sentido factual que acabamos de ver , como parámetro de la participación, puede localizarse en cada uno de los cuatro tipos antes expuestos, aunque obviamente en los de mayor rango tendrá una presencia más relevante.

En la participación «simple» la toma de decisiones puede referirse a la elección de asistir o no o de asistir a eso o aquello, y a la autonomía que puedan tener los sujetos en cuanto a modular su respuesta a los estímulos. En la participación «consultiva» la capacidad de decisión de los sujetos dependerá de si aquella es vinculante o no.

Por lo que se refiere a la «proyectiva», es consustancial a la misma el reconocimiento a los participantes de su capacidad de tomar o compartir decisiones. Y, por último, la reivindicación del reconocimiento del derecho a tomar parte en la toma de decisiones constituye, precisamente, uno de los objetos de la «metaparticipación».

El derecho a la participación tiene como correlato el deber de la responsabilidad, esto es, la asunción de las consecuencias que se deriven de la acción participante.

Es por eso que toda participación éticamente defendible exige también un cierto compromiso previo con el asunto de que se trate. Por decirlo de otra manera, el compromiso antecede a la participación y la responsabilidad la sucede. En cierto modo, participación, responsabilidad y compromiso se exigen mutuamente y tienden a correlacionarse de forma positiva: a más participación más responsabilidad; y con mayor compromiso más impelido se sentirá el individuo a participar con responsabilidad.

Por todo eso, la exigencia de compromiso y de responsabilidad aumenta según la escala de los cuatro tipos de participación propuestos. En la simple , en la medida en que la actividad o el proyecto están muy escasamente en manos de los sujetos participantes, también el compromiso o la responsabilidad que cabe exigirles es menor: sólo puede hacérseles responsables de seguir o no las indicaciones marcadas.

Sólo la transgresión voluntaria y consciente de tales indicaciones llevará aparejada la exigencia de una mayor asunción de responsabilidad; lo que ocurre es que cuando uno decide transgredir el marco de la participación simple es que se sitúa a sabiendas en otro tipo de participación: seguramente en la metaparticipación.

Por lo que se refiere a la participación «consultiva», tomar en consideración el criterio de responsabilidad supone admitir que en los procesos participativos las opiniones no son, por decirlo así, impunes.

Ello es evidente, al menos, en la participación consultiva vinculante. En realidad, ahí hay un doble vínculo: el de quien solicita la opinión y que consiste en su compromiso de acatarla; y el vínculo de quien acepta darla, que consiste en la asunción de la responsabilidad que le corresponda sobre las consecuencias que conlleve la puesta en práctica de su opinión.

Por decirlo así, opinar a la ligera es una forma irresponsable de participación. Y en la que llamamos proyectiva, la necesaria contrapartida de compromiso y responsabilidad es obvia: no es éticamente justificable tomar o compartir decisiones en la definición y gestión de un proyecto sin asumir a la vez la parte de responsabilidad correspondiente sobre el resultado y las consecuencias de su realización.

La participación real y efectiva implica que se den, conjuntamente, al menos tres grandes condiciones: reconocimiento del derecho a participar; disponer de las capacidades necesarias para ejercerlo; y que existan los medios o los espacios adecuados para hacerlo posible.

En este último apartado nos vamos a referir a tales condiciones refiriéndolas obviamente al sector de la ciudadanía del que trata el artículo, la infancia, haciendo también énfasis en la perspectiva educativa de la participación. La participación es un derecho fundamental de toda la ciudadanía.

Pero, ¿a quién se considera ciudadano? En realidad, los niños y las niñas no han sido plenamente considerados sujetos de tal derecho hasta la Convención de los Derechos de la Infancia promulgada por las Naciones Unidas en Éste es quizá el primer documento importante donde se reconoce de forma explícita y clara el protagonismo de la infancia y su capacidad de participar en la sociedad y de ejercer determinados derechos civiles y políticos Derechos que, a partir de la Convención, van más allá de la cobertura de las necesidades básicas y de la protección, que fueron la clase de derechos que polarizaron anteriores Declaraciones.

En el texto de la Convención también se hace constar la necesidad de informar a los niños y a las niñas de sus derechos para que los conozcan y los comprendan, para que puedan reivindicar su cumplimiento y para que se transformen en los deberes y responsabilidades que todo ciudadano tiene que asumir.

Pero, a pesar de la aprobación y de la vigencia de la Convención, como señala Casas, parece que siguen existiendo fuertes resistencias a aceptar que los niños y las niñas sean ciudadanos del presente y no sólo del futuro; son, desde luego, «nuestro futuro social, pero ciudadanos, personas, sujetos de derecho lo son ahora mismo» Es por eso que, en documentos sectoriales posteriores a la Convención, se han ido desarrollando propuestas más concretas que insisten en la necesidad de promover la participación de los más jóvenes; por ejemplo, en el seno del Consejo de Europa se recomendaba a los Estados miembros «Animar a las autoridades locales y a los municipios para que promuevan la participación infantil, y también la de los padres y los niños y niñas juntos, en tantas áreas como sea posible en la vida del municipio, como una forma de desarrollar la responsabilidad dentro de la comunidad y de hacer de la ciudadanía una experiencia real para los niños y las niñas» Todo ello exige, en primer lugar, que la sociedad vaya modificando su concepción sobre los niños, para confiar en sus capacidades como ciudadanos activos y comprometidos; y, en segundo lugar, que los adultos aprendan a escuchar y a tener en cuenta lo que nos sugieren.

Eso introduce ya la segunda condición que citábamos: el desarrollo de la capacidad de participar. El derecho a la participación social de la infancia supone el reconocimiento de que este sector de la población goza de una cierta capacidad genérica para participar.

Ahora bien, esta capacidad genérica, para hacerse realmente efectiva, debe desarrollarse. Por eso es necesario no sólo admitir el derecho a participar, sino también formar a los individuos para que puedan ejercerlo eficazmente.

Aunque no podemos extendernos ahora en este punto, sí interesa enfatizar dos aspectos. El primero es que, como ya avanzamos, la más eficaz formación para la participación es aquella que se consigue a través de la propia práctica de la participación; es decir, aquel principio del activismo pedagógico el famoso learning by doing también se aplica a nuestro tema.

El segundo aspecto es que el desarrollo de las competencias participativas abarca todo el arco de las dimensiones de la educación, es decir, conocimientos, destrezas y habilidades, actitudes y valores. A eso nos vamos a referir a continuación. Franch, en un texto de , decía que la educación consiste en «aprender a actuar» adquirir instrumentos para intervenir en la propia realidad , «aprender a relacionarse» adquirir las capacidades para interactuar con los demás y «aprender a pensar» construir la forma específica de interpretar la realidad Más recientemente, en el conocido Informe Delors, La educación encierra un tesoro , se hablaba de cuatro dimensiones: «aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser» Pues bien, el aprendizaje de la participa-ción abarca, como veremos a continuación, elementos que se refieren a cada una de estas dimensiones.

La primera «aprender a conocer» se referiría a los conocimientos y a la información necesarios para participar. Ante todo, al conocimiento de los propios derechos que legitiman la participación infantil, a los que nos acabamos de referir.

Aunque la competencia psicológica para participar se puede poseer con independencia de su reconocimiento legal, no hay duda de que el hecho de ser consciente de tal derecho promueve el uso de la competencia correspondiente. Por eso las declaraciones de derechos, fundamentalmente las referidas a los niños Convención, etc.

En segundo lugar, aprender a conocer también debe referirse a la posibilidad de hacerse con toda la información necesaria para participar, en cada caso, con conocimiento de causa. Información y participación, como veíamos, son conceptos íntimamente vinculados; por tanto, aprender a participar es también aprender a informarse, aprender a buscar, seleccionar y elaborar el conocimiento pertinente.

Y, de forma muy especial, en esta vertiente cognitiva la participación supone, así mismo, desarrollo de la capacidad crítica, esto es, la capacidad para generar un conocimiento valorativo de la realidad; un conocimiento que surge de la contrastación entre lo que hay y lo que debería haber.

El conocimiento es condición necesaria para la participación, pero ésta no se circunscribe al ámbito del conocer sino que forma parte del ámbito del actuar.

Por tanto, el «aprender a hacer», referido a la participación, consistirá en la adquisición de todas aquellas capacidades habilidades, destrezas, procedimientos e incluso actitudes y valores relativas a la acción participativa.

Muchas de ellas tienen que ver con la tercera dimensión señalada «aprender a vivir juntos» o «aprender a relacionarse». Al fin y al cabo la participación es siempre una acción social, colectiva, relacional.

Lo es en un doble sentido: porque generalmente se participa de forma colectiva o grupal, y porque el objeto de cualquier participación es también social.

Por eso las habilidades sociales, las competencias lingüísticas y dialógicas, la empatía, las estrategias para la resolución de conflictos, la tolerancia… forman parte del repertorio de actitudes y procedimientos asociados a la competencia participativa.

Por último, el «aprender a ser» referido a la participación supone el desarrollo de la identidad de los sujetos que corresponde a la ciudadanía. Esto es muy importante en relación con la infancia, pues constituye aun en la actualidad uno de los más notorios déficit.

En la misma medida en que el mundo adulto no percibe a los menores como ciudadanos de hecho y de derecho, tampoco los niños se autoperciben así. Y sin esta conciencia de ciudadanía, es difícil que alguien se sienta movido a la participación social. Reconocido el derecho a participar y supuestas las competencias necesarias, para que haya realmente participación se precisan también los canales, los medios o los espacios idóneos para vehicularla.

Sin duda, la familia, la escuela y las otras instituciones educativas constituyen los ámbitos más inmediatos o cercanos para la participación infantil. Respecto a algunas de tales instituciones, sobre todo en países que disponen de legislaciones educativas de carácter progresista, la participación de los niños está incluso promulgada, aunque no siempre cuenta con la operativización necesaria para hacerla eficaz.

Existen también concepciones pedagógicas, métodos de enseñanza-aprendizaje y formas de organización escolar que pretenden fomentar y hacer realidad la participación de los alumnos.

Pero éste no es el lugar para tratar de todo ello, puesto que este trabajo ha querido referirse desde el principio a otros ámbitos de la participación infantil.

En concreto, a la participación social o comunitaria. Los consejos infantiles, a los que antes nos hemos referido, serían un ejemplo de los espacios específicos existentes para posibilitar la participación de los niños en su comunidad.

Pero hay muchos más y tampoco es posible hacer ahora el inventario de tales espacios o medios Simplemente, para ir concluyendo, vamos a comentar algunas de las condiciones que, a nuestro parecer, deberían cumplir tales espacios para que, a la vez que se constituyen en escenarios de participación social infantil, se resuelvan en experiencias formativas para la participación.

La participación social infantil no puede tener como objeto abstracciones o realidades que estén fuera de su alcance. Es necesario promover experiencias que permitan a los niños aprender a intervenir participando de su entorno más cercano, que es sobre el que tienen la información suficiente, lo que les facilitará poder opinar y actuar.

El bagaje que poseen los niños, el hecho de estar cada día en contacto directo con la calle, y con esa mirada tan sana y a la vez tan nítida, hacen que su conocimiento pueda tener la misma validez que la de cualquier adulto.

Si las experiencias en las que se implican los niños y las niñas giran en torno a asuntos que son conocidos, ello garantiza un «clima de seguridad para participar» porque los temas sobre los que trabajan son abordables y tienen una dimensión y complejidad a su medida.

Hay que garantizar la posibilidad de hacer cosas con el conocimiento práctico adquirido por la experiencia directa de las diferentes situaciones de la vida cotidiana.

Para que sea posible aprender a participar participando, es necesario que los niños y las niñas se signifiquen en el proceso desde su origen, o, como mínimo, que se impliquen en la redefinición del mismo.

Como acabamos de señalar, es muy importante que los niños conozcan la realidad sobre la que van a actuar, pero no menos importante es que se apropien del objetivo que persigue su intervención en una actividad o proyecto, y que definan los motivos que les llevan a involucrarse en esa acción.

y Novella A. Monográfico: Sociedad Educadora. Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación la Ciencia y la Cultura.

Revista Iberoamericana, núm. Share this: Twitter Facebook LinkedIn Tumblr Correo electrónico Me gusta Cargando Relacionado Etiquetas: joventut , MIJS , participació. Web construida con WordPress.

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Todo lo que necesitas saber sobre la participación ciudadana

Participación sencilla aquí - participación no resulta fácil de definir. El concepto participar viene definido en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua sencilla de conectar con los residentes y recabar sus opiniones participación en múltiples proyectos. aquí. ¿Quieres más ejemplos? Consulta A través de este canal se ofrece información detallada, sencilla, fácil de entender y sin tecnicismos. Telefónico: CONMUTADOR: Contact center: () 04 El objeto de este artículo es fundamentar el derecho de la infancia a la participación social y presentar una propuesta concreta que haga posible el

El tercer peldaño es el de la «participación simbólica»; en este caso se concede a los niños la oportunidad aparente de expresarse, pero sin que sus opiniones vayan a tener incidencia real alguna en los asuntos de los que se trate. En los siguientes niveles que propone Hart ya puede hablarse de participación genuina.

Según él, para que se produzca han de cumplirse, al menos, cuatro requisitos: que los niños comprendan las intenciones del proyecto; que sean conscientes de quién tomó las decisiones sobre su participación y los motivos de las mismas; que tengan un papel significativo, es decir, no sólo decorativo; y que, siendo conscientes de todo lo anterior, intervengan voluntariamente.

En este marco, el cuarto peldaño es el que Hart denomina «asignados pero informados», es decir, los niños no han intervenido en la planificación del proyecto o en la asignación del papel que se espera que realicen, pero actúan voluntariamente y siendo conscientes del sentido de la acción que se les propone.

El quinto peldaño es el llamado «consultados e informados», que se da cuando el proyecto es diseñado y dirigido por los adultos, pero en el que estos solicitan y tienen en cuenta las propuestas u opiniones de los niños; por decirlo de otro modo, los niños juegan el papel de asesores o consultores de los adultos.

En la escala de Hart aparece ya una diferencia cualitativa importante a partir del sexto peldaño: los niños participan significativamente en la toma de decisiones. En concreto, el sexto nivel es el que correspondería a los «proyectos iniciados por los adultos pero cuyas decisiones son compartidas con los niños».

Cuando los proyectos son «iniciados y dirigidos por los niños», y los adultos sólo intervienen facilitando el proceso, estaríamos en el peldaño número siete. Finalmente, el octavo nivel es el que consiste en los «proyectos iniciados por los niños compartiendo las decisiones con los adultos», es decir, cuando son los propios niños quienes deciden incorporar a los adultos al desarrollo de sus propios y genuinos proyectos.

La escalera de Hart es quizá la tipología más conocida y citada de las que se refieren a la participación infantil 6. En el apretado resumen anterior hemos omitido los clarificadores ejemplos que ese autor expone, cuando en realidad son tales ejemplos los que mejor identifican la especificidad de cada uno de los peldaños propuestos.

Más que ofrecer una caracterización conceptual de ellos, lo que él explicita es su ejemplarización descriptiva. Por nuestra parte, tomando a modo de sugerencias algunos aspectos de la escala antes descrita, vamos a ensayar una tipología distinta, partiendo de cuatro clases más amplias de participación.

Las llamaremos «participación simple, participación consultiva, participación proyectiva y metaparticipación» fig. Figura 1. Antes de caracterizar cada una de estas clases creemos que conviene hacer algunas precisiones sobre la propia tipología.

Pasamos a caracterizar cada uno de los tipos de participación en los que la infancia puede verse implicada. En nuestra tipología, a la primera y más elemental forma de participación la llamaremos simple. Es la que consiste en tomar parte en un proceso o actividad como espectador o ejecutante, sin que el sujeto haya intervenido para nada ni en su preparación ni en las decisiones sobre su contenido o desarrollo.

Los individuos se limitan básicamente a seguir indicaciones o a responder a estímulos. En su grado más sencillo tendríamos el estar o hacer acto de presencia.

Es la participación que se mide sólo en términos cuantitativos: «en aquel acto participaron ‘x’ personas».

En este contexto «participaron» significa que estuvieron allí, y «participar» es algo así como hacer número o ser contabilizado. Claro que la «presencia» puede ir acompañada de una cierta «actividad» del asistente o espectador; una actividad receptiva puede ser intelectual y emocionalmente intensa, o incluso puede generar una actividad más expresiva: aplaudir, gritar, cantar, patear, bailar.

No puede decirse, por ejemplo, que los asistentes permanezcan pasivos en un festival de música pop, en un partido de fútbol o en un típico festival infantil de esos en los que se incita y estimula a los niños a cantar o bailar, o en los que se les invita a subir al escenario para colaborar en un juego de magia.

Nótese que las expresiones «hubo una elevada participación» y «los asistentes estuvieron muy participativos», suelen significar cosas diferentes; con la primera se quiere significar que asistieron muchos, mientras que con la segunda se quiere decir que los asistentes, muchos o pocos, se implicaron en el evento.

En cualquier caso, se trata de responder con mayor o menor efusividad a estímulos externos. A veces, según su intensidad y sentido, la respuesta puede afectar al desarrollo del proceso: si los espectadores de una competición deportiva animan mucho a su equipo, puede que éste juegue mejor; si los niños responden con pocas ganas a las indicaciones del animador, éste deberá esforzarse más o usar otras estrategias.

En esos casos la participación o la falta de participación puede incidir indirectamente en el desarrollo del proceso, pero la responsabilidad del mismo sigue siendo ajena a los «participantes». Un grado mayor de participación que la que consiste en la mera presencia o en el simple papel de espectador aparece en aquellos procesos en los que la actividad de los sujetos resulta elemento esencial.

Una sesión de juegos infantiles dirigidos por adultos o una clase escolar que funcione con metodologías de las llamadas tradicionales, serían ejemplos que todavía debemos ubicar en el tipo de participación simple.

Ahí los sujetos deben actuar: jugar a lo que toque, tomar apuntes, responder preguntas, resolver problemas aritméticos, escribir una redacción o lo que sea.

Son actividades no decididas por los participantes, pero en las que tienen un cierto grado de autonomía. Deben seguir las indicaciones del monitor o del maestro, pero la actividad es más compleja y no se explica por el sencillo mecanismo de estímulo-respuesta inmediato, como en los casos anteriores.

Sin embargo, sigue siendo participación simple o de baja intensidad, ya que la orientación y dirección del proceso, así como su secuenciación y sus contenidos, no corresponden a los participantes. En el juego dirigido son los niños quienes juegan, pero a qué se juega, cómo se organiza el juego, cómo se establecen las reglas, cuándo se empieza y cuándo se termina, cómo se resuelven los conflictos, corren por cuenta del adulto.

En el caso escolar «tradicional», las tareas son realizadas por los alumnos pero siempre están predeterminadas por el maestro. Para terminar con este primer tipo hay que decir que, si bien en el lenguaje corriente la palabra «participación» se usa en el contexto de los procesos citados, cuando en política o en pedagogía se aboga por la participación es que se está pidiendo algo más.

Los métodos didácticos tradicionales, el directivismo, el estar simplemente o el papel de espectador, serían situaciones o procedimientos considerados ciertamente poco o nada participativos en el discurso de la participación.

Cuando este discurso habla de participación se está refiriendo, en general, a alguno o algunos de los siguientes tipos. La participación consultiva supone un paso más: escuchar la palabra de los sujetos. No son meros espectadores, ejecutantes o usuarios de algo previa y externamente decidido, sino que se les demanda su parecer sobre asuntos que de forma directa o indirecta les conciernen.

Se les alienta a opinar, proponer o valorar y se facilitan canales para ello. Este tipo genérico de participación incluye también grados y subclases diferentes. La más elemental puede consistir en solicitar la opinión de los destinatarios o usuarios, sin que exista ningún compromiso serio de acatarla: sondeos, encuestas, cuestionarios de valoración, etc.

En tales casos la demanda es una forma de obtener información por parte de quien dirige el proceso sobre la valoración o aceptación que ha tenido o tendrá previsiblemente una actividad, servicio, producto o lo que sea. En algunos casos puede resultar incluso un abuso de lenguaje llamar a eso «participación», bien sea porque se trate sólo de una estrategia comercial vender más: estudios de mercado bien porque se hace caso omiso de las opiniones recabadas, ya que la verdadera intención de la pseudoconsulta es simplemente ofrecer una apariencia de participación.

En el otro extremo estarían los procesos de participación consultiva vinculante, esto es, cuando la opinión de los participantes resulta decisiva sobre el asunto de que se trate: elecciones políticas, o, en el caso infantil, elección de los representantes de alumnos, selección entre alternativas de actividad, etc.

En medio podría haber numerosos ejemplos de participación consultiva en los que el resultado de la participación no fuera necesariamente vinculante, pero que, en cambio, quien ostentara la responsabilidad del proyecto se comprometiera a tomar en consideración las opiniones expresadas, negociarlas de verdad y ofrecer explicaciones sobre las decisiones tomadas.

Cuando la participación toma forma de asesoramiento o consultoría se está en este nivel. Los consejos de participación ciudadana, incluidos los infantiles de los que hemos hablado antes, podrían ubicarse ahí, aunque no exclusivamente.

Como se ve, no sería difícil proponer grados en ésta que llamamos participación consultiva, según su carácter más o menos vinculante. Y también cabría establecer diferentes tipos según el momento en el que se produce la consulta: antes del proceso para acercarse a las necesidades o deseos del sector de población consultada, para elegir qué se va hacer o para prever la aceptación de la propuesta ; durante para reconducir el proceso, si es menester ; o después para valorar lo realizado y replantear el proceso subsiguiente.

Conviene también diferenciar los casos en que la participación consultiva es demandada o facilitada desde arriba descendente , de aquellos en los que es exigida desde abajo ascendente.

Los ejemplos anteriores pertenecen al primer tipo, pero no sería difícil encontrar casos de la segunda especie: movilizaciones populares, incitaciones reivindicativas, manifestaciones y otras formas más o menos ortodoxas de hacerse oír por ejemplo, grafitos.

En realidad, esta participación que se genera desde abajo ya lindaría o estaría plenamente inserta en el último tipo del que hablaremos la metaparticipación , por el hecho de que en tales casos, además de una demanda concreta sobre el asunto de que se trate, implícita o explícitamente se está pidiendo también la creación o ampliación de canales participativos.

Cuando un sujeto o un colectivo hacen oír su voz sobre un asunto determinado sin que quien ostenta el poder se lo haya solicitado, está expresando su opinión sobre tal asunto y además está metaexpresando que exige que se le escuche.

Las formas de participación que hemos llamado simple y consultiva tienen siempre una cierta connotación de exterioridad. El sujeto es destinatario de una actividad o tiene opinión sobre ella, pero el proyecto está en otras manos.

En el tipo de participación que ahora veremos el proyecto también es suyo. En la participación «proyectiva» el sujeto no se limita a ser un simple usuario, sino que hace algo más que opinar desde fuera: se convierte en agente.

Esta condición de agente que se le reconoce es quizá lo que mejor caracteriza tal forma de participar. Ya se ve que, en términos generales, se trata de una clase de participación más exigente que las anteriores, requiere mayor compromiso y corresponsabilización, y para su ejercicio es condición que el participante sienta como propio el proyecto.

En la participación consultiva las preguntas venían desde fuera el sujeto era «tu» o «vosotros» y eran del tipo ¿qué opinas sobre? Se trata, por tanto, de una participación más compleja. Una participación que, en su grado más elevado, ocurre en las diversas fases del proyecto o de la actividad.

En primer término, en la propia definición del proyecto, en la determinación de su sentido y de sus objetivos. En segundo lugar, en su diseño, planificación y preparación.

En tercer lugar, en la gestión, ejecución y control del proceso. Y, finalmente, en su valoración 7. La plena planificación proyectiva incluiría estos cuatro mo-mentos, aunque no siempre se dé de esta forma tan completa.

En cualquier caso, lo esencial en esta clase de participación es que los sujetos consideren como propio el proyecto y que puedan intervenir en él desde dentro y no sólo como simples ejecutantes o destinatarios.

Como se ve, igual que en los tipos anteriores la participación proyectiva admite también diversos subniveles y variantes, variantes que en el caso de los niños hacen referencia, entre otras, a las distintas formas de presencia o intervención de los adultos.

Ahí podríamos retomar algunos de los peldaños de la escala propuesta por Hart: «proyectos iniciados por los adultos pero cuyas decisiones son compartidas con los niños; proyectos iniciados y dirigidos por los niños; proyectos iniciados por los niños compartiendo las decisiones con los adultos».

Sobre la intervención o presencia de los adultos en la participación proyectiva infantil añadiremos un par de consideraciones que ayudarán a entender la especificidad de esta clase de participación.

La primera es que, en determinadas condiciones, los niños pueden emprender y llevar a cabo proyectos sin la intervención de adultos.

Es muy fácil constatar a través de la simple observación que, tanto en contextos institucionalizados como no institucionalizados, grupos de niños generan por su cuenta actividades que en casos específicos pueden tener una ambición notable.

En su acción lúdica espontánea deciden a qué van a jugar, establecen las reglas, organizan el espacio, regulan los conflictos, etc. Y en la vida de las pandillas infantiles y adolescentes se producen a veces proyectos o realizaciones con una complejidad organizativa considerable: la literatura y la propia realidad lo pueden ilustrar.

Eso significa que, contradiciendo lo que a veces se aduce para limitar la participación de los niños, este tipo de participación proyectiva no tiene por qué estarles vedada: a su nivel resultan perfectamente competentes para participar proyectando.

En ese sentido, los adultos y las instituciones pueden intervenir para desarrollar tales competencias y ampliar las posibilidades de participación. Las formas de intervención son múltiples: desde aquellas en las que el adulto sólo actúa sobre el contexto facilitando espacios, momentos y posibilidades de encuentro de los niños, hasta aquellas en las que los educadores adquieren mucho mayor protagonismo presencial pero garantizando siempre algún grado de participación proyectiva de los niños, pasando por las variadas formas de intervención democrática, no directiva, autogestionaria, etc.

Sea cual sea la forma de intervención adulta, lo que es esencial en la participación proyectiva infantil es, como decíamos al principio, que los niños lleguen realmente a asumir como suyo el proyecto de que se trate, aunque haya sido iniciado por los adultos.

Como venía a decir Franch, el adulto debe estar dispuesto a que su proyecto sea reformulado y reformado por sus destinatarios; éstos deben manipularlo y operar sobre él.

Precisamente, la distorsión del proyecto será un indicador de que el grupo lo ha asumido realmente, la prueba de que el proyecto ha sido efectivamente compartido 8. A la cuarta y última forma de nuestra tipología la llamamos «metaparticipación». Es la que consiste en que los propios sujetos piden, exigen o generan nuevos espacios y mecanismos de participación.

Aparece cuando un individuo o un colectivo consideran que el reconocimiento de sus derechos participativos no es el debido, o cuando creen que los canales establecidos para ella no son suficientes o eficaces.

Es cuando piden o toman la palabra quienes se encuentran relegados al silencio, cuando el lema de la pancarta es «¡Queremos que se nos escuche!

La lucha por la democracia bajo los regímenes totalitarios o la reivindicación de formas de democracia participativa en sistemas de democracia representativa, serían ejemplos políticos generales de metaparticipación, como lo fue en su momento la exigencia del derecho al voto de las mujeres, o quizá lo sea en un futuro el sufragio de los menores de 18 años.

Pero también se está en la metaparticipación cuando los vecinos de un barrio quieren hacer oír sus peticiones en el ayuntamiento, cuando los trabajadores de una empresa reclaman una mesa de negociación, cuando un colectivo que se siente marginado decide salir del armario, cuando quienes no tienen voz en los medios de comunicación convencionales ponen en circulación medios alternativos, cuando un niño pide la atención de sus mayores.

En contextos educativos institucionales también podríamos hallar ejemplos de metaparticipación: en los estudiantes que reclamaban en los famosos años sesenta, pongamos por caso, una universidad más democrática; o en las pedagogías antiautoritarias y autogestionarias en las que se ceden a los escolares unos determinados márgenes de participación instituyente 9.

En la metaparticipación el objeto de la participación es la propia participación, aunque a menudo surja de situaciones o reivindicaciones con contenidos específicos: el colectivo «H» quiere hacer oír su voz en relación con «J»; advierte que nadie le escucha y llega a la conclusión de que para conseguir «J» deberá hacerse antes con un altavoz.

El altavoz es un ejemplo metafórico y a veces real del contenido de la metaparticipación. Ésta consta, pues, de «derechos» el derecho al voto, a la libre expresión, a la asociación, a la manifestación , «espacios, medios e instituciones para posibilitar la realización de tales derechos» parlamentos, medios de comunicación, foros, mesas de negociación, redes, consejos de participación, asambleas , y de «competencias personales y colectivas para poder ejercerlos realmente».

Decimos que las competencias participativas —después nos extenderemos más sobre ellas— son contenidos de la metaparticipación porque se pueden tener los derechos y los medios institucionales pertinentes y, a la vez, tener dificultades para usarlos. En este sentido, preparar a los sujetos para la participación es una tarea fundamentalmente educativa.

Consiste en facilitar a los individuos la adquisición de las capacidades necesarias para participar. Se trata de ciertas actitudes: la de querer involucrarse en lo que a uno le concierne, la de la tolerancia para aceptar que los demás también lo hagan, y también de ciertas capacidades expresivas y dialógicas para dar forma comunicativa eficiente a los intereses, opiniones y deseos, y para ponerse de acuerdo, negociar, consensuar.

Por dar un ejemplo, cuando Paulo Freire entendía la alfabetización como un medio para dar la palabra a quienes estaban inmersos en una cultura del silencio, en cierto modo se estaba refiriendo a estas competencias necesarias para una participación real.

Presentadas las cuatro formas de participación que configuran nuestra tipología, nos referiremos a continuación a unos cuantos criterios o parámetros que nos pueden servir al mismo tiempo para dos cosas.

En primer lugar, para refrendar algo que ya hemos anticipado, esto es, que globalmente considerados cada uno de los tipos expuestos supone, según el mismo orden en que los hemos presentado, una participación de mayor rango. En segundo lugar, tales criterios permiten también establecer graduaciones dentro de cada uno de los tipos.

Cada uno de ellos puede darse en grados diferentes, y según sea la resultante de su combinación cabe hablar de mayor o menor participación fig. Figura 2. Por implicación entendemos el grado en el que los participantes se sienten personalmente afectados por el asunto de que se trate.

Sería algo así como la mayor o menor distancia que existe entre el sujeto y el contenido del proceso en el que se le invita o decide participar. Es un elemento que juega sobre todo en la dimensión emotiva de la participación, y que constituye, por tanto, un factor de motivación favorable a la participación.

Uno se siente más o menos impelido a participar y a hacerlo con mayor o menor intensidad, según relacione el asunto de que se trate consigo mismo y con su situación, con sus intereses, deseos, expectativas y problemas.

De todos modos, aunque la implicación es un componente de la participación que normalmente juega en sentido positivo, no cabe confundir tales conceptos: podrían darse situaciones de fuerte implicación con grados reducidos de participación, lo cual se explicaría en función del resto de factores intervinientes.

El grado de implicación puede referirse a cada uno de los cuatro tipos de participación expuestos: en un espectáculo deportivo los asistentes «participan» más o menos animan, aplauden, chillan según su grado de vinculación emotiva con uno de los equipos que se enfrentan «participación simple» ; no es lo mismo que uno sea llamado a opinar sobre un asunto que le concierne muy poco, o que lo sea sobre algo de lo que depende directamente su bienestar «participación consultiva» ; sobre la participación proyectiva, ya decíamos que requiere que el sujeto «haga suyo» el proyecto de que se trate; y respecto a la «metaparticipación», hay que decir que difícilmente alguien se plantea luchar para conseguir derechos o canales de participación si en ello no le va nada.

Si el criterio anterior jugaba sobre todo en la dimensión afectiva, éste lo hace preferentemente en la cognitiva. Se trata del grado de conciencia que tienen los sujetos sobre el sentido y las finalidades del proyecto, y de la cantidad y calidad de información de que disponen sobre el objeto o contenido del mismo.

Actúa también en la motivación o decisión de participar, pues difícilmente puede pensarse que la ignorancia respecto a un asunto determinado estimule la voluntad de intervenir en él. Pero la información juega un papel muy relevante en la calidad del proceso participativo: ser consciente de lo que realmente se pretende con el proyecto y conocer sus implicaciones variables, afectados, alternativas, posibles consecuencias, etc.

es una condicionante de la eficacia del proceso. A primera vista podría pensarse que en la participación simple este factor no es muy importante, dado que en ella se trata sólo de hacer acto de presencia y de responder a estímulos; sin embargo, incluso en este tipo tan elemental de proceso participativo la información constituye un factor relevante: es el que puede evitar los fenómenos manipulativos.

Respecto a la participación «consultiva», hay que decir que el valor de una opinión está en relación directa con la calidad y cantidad de datos y conocimientos que se poseen relacionados con el asunto sobre el que se opina. Y en la participación «proyectiva» también resulta obvio que el fracaso del proyecto estará asegurado si los participantes actúan desinformados.

En la «metaparticipación» este factor está garantizado, porque en todo el proceso los implicados definen los motivos y los objetivos, y el nivel de información se origina en el propio acto de participar. La capacidad de decisión constituye un ingrediente fundamental de la participación; tan es así, que las acciones de participar y de decidir a veces llegan incluso a confundirse.

De hecho, «capacidad de decisión» tiene dos significados diferentes aunque muy relacionados. Por un lado, puede referirse a la competencia psicológica de que dispone un individuo para tomar determinadas decisiones.

Esta competencia está en función de distintas variables: nivel de desarrollo del sujeto, experiencias previas de participación, información de que dispone sobre el asunto de que se trate, etc.

Cuando se da este tipo de requerimientos podemos decir que esa persona «está preparada para decidir». Pero el hecho de estar preparado para decidir sobre algo o para tomar parte en la decisión no significa necesariamente que se tenga capacidad efectiva de decisión sobre ese algo, ya que no depende sólo de las competencias psicológicas del sujeto sino de aspectos contextuales, legales, políticos, económicos, etc.

Depende, en definitiva, de las condiciones factuales y de las relaciones de poder que hagan al caso. Cuando se habla de «capacidad de decisión» habría que precisar el sentido en el que, en cada momento, se usa tal expresión.

Eso hay que hacerlo sobre todo cuando se habla de participación infantil, pues a menudo en relación con ella se confunden ambas «capacidades» de decisión; mejor dicho, es frecuente que la negación de la una proceda del no reconocimiento de la otra, lo cual a veces está justificado y otras no.

A los niños se les niegan determinadas capacidades factuales de decisión con el argumento de su inmadurez, es decir, de su supuesta incapacidad psicológica para tomar tales decisiones. Como decimos, esto a veces puede estar justificado, pero quienes abogan por incrementar la participación social infantil lo hacen porque consideran que la capacidad psicológica de los niños para tomar decisiones es mayor que la que habitualmente se les reconoce.

La capacidad de decisión en el sentido factual que acabamos de ver , como parámetro de la participación, puede localizarse en cada uno de los cuatro tipos antes expuestos, aunque obviamente en los de mayor rango tendrá una presencia más relevante.

En la participación «simple» la toma de decisiones puede referirse a la elección de asistir o no o de asistir a eso o aquello, y a la autonomía que puedan tener los sujetos en cuanto a modular su respuesta a los estímulos.

En la participación «consultiva» la capacidad de decisión de los sujetos dependerá de si aquella es vinculante o no. Por lo que se refiere a la «proyectiva», es consustancial a la misma el reconocimiento a los participantes de su capacidad de tomar o compartir decisiones.

Y, por último, la reivindicación del reconocimiento del derecho a tomar parte en la toma de decisiones constituye, precisamente, uno de los objetos de la «metaparticipación». El derecho a la participación tiene como correlato el deber de la responsabilidad, esto es, la asunción de las consecuencias que se deriven de la acción participante.

Es por eso que toda participación éticamente defendible exige también un cierto compromiso previo con el asunto de que se trate. Por decirlo de otra manera, el compromiso antecede a la participación y la responsabilidad la sucede. En cierto modo, participación, responsabilidad y compromiso se exigen mutuamente y tienden a correlacionarse de forma positiva: a más participación más responsabilidad; y con mayor compromiso más impelido se sentirá el individuo a participar con responsabilidad.

Por todo eso, la exigencia de compromiso y de responsabilidad aumenta según la escala de los cuatro tipos de participación propuestos. En la simple , en la medida en que la actividad o el proyecto están muy escasamente en manos de los sujetos participantes, también el compromiso o la responsabilidad que cabe exigirles es menor: sólo puede hacérseles responsables de seguir o no las indicaciones marcadas.

Sólo la transgresión voluntaria y consciente de tales indicaciones llevará aparejada la exigencia de una mayor asunción de responsabilidad; lo que ocurre es que cuando uno decide transgredir el marco de la participación simple es que se sitúa a sabiendas en otro tipo de participación: seguramente en la metaparticipación.

Por lo que se refiere a la participación «consultiva», tomar en consideración el criterio de responsabilidad supone admitir que en los procesos participativos las opiniones no son, por decirlo así, impunes.

Ello es evidente, al menos, en la participación consultiva vinculante. En realidad, ahí hay un doble vínculo: el de quien solicita la opinión y que consiste en su compromiso de acatarla; y el vínculo de quien acepta darla, que consiste en la asunción de la responsabilidad que le corresponda sobre las consecuencias que conlleve la puesta en práctica de su opinión.

Por decirlo así, opinar a la ligera es una forma irresponsable de participación. Y en la que llamamos proyectiva, la necesaria contrapartida de compromiso y responsabilidad es obvia: no es éticamente justificable tomar o compartir decisiones en la definición y gestión de un proyecto sin asumir a la vez la parte de responsabilidad correspondiente sobre el resultado y las consecuencias de su realización.

La participación real y efectiva implica que se den, conjuntamente, al menos tres grandes condiciones: reconocimiento del derecho a participar; disponer de las capacidades necesarias para ejercerlo; y que existan los medios o los espacios adecuados para hacerlo posible. En este último apartado nos vamos a referir a tales condiciones refiriéndolas obviamente al sector de la ciudadanía del que trata el artículo, la infancia, haciendo también énfasis en la perspectiva educativa de la participación.

La participación es un derecho fundamental de toda la ciudadanía. Pero, ¿a quién se considera ciudadano? En realidad, los niños y las niñas no han sido plenamente considerados sujetos de tal derecho hasta la Convención de los Derechos de la Infancia promulgada por las Naciones Unidas en Éste es quizá el primer documento importante donde se reconoce de forma explícita y clara el protagonismo de la infancia y su capacidad de participar en la sociedad y de ejercer determinados derechos civiles y políticos Derechos que, a partir de la Convención, van más allá de la cobertura de las necesidades básicas y de la protección, que fueron la clase de derechos que polarizaron anteriores Declaraciones.

En el texto de la Convención también se hace constar la necesidad de informar a los niños y a las niñas de sus derechos para que los conozcan y los comprendan, para que puedan reivindicar su cumplimiento y para que se transformen en los deberes y responsabilidades que todo ciudadano tiene que asumir.

Pero, a pesar de la aprobación y de la vigencia de la Convención, como señala Casas, parece que siguen existiendo fuertes resistencias a aceptar que los niños y las niñas sean ciudadanos del presente y no sólo del futuro; son, desde luego, «nuestro futuro social, pero ciudadanos, personas, sujetos de derecho lo son ahora mismo» Es por eso que, en documentos sectoriales posteriores a la Convención, se han ido desarrollando propuestas más concretas que insisten en la necesidad de promover la participación de los más jóvenes; por ejemplo, en el seno del Consejo de Europa se recomendaba a los Estados miembros «Animar a las autoridades locales y a los municipios para que promuevan la participación infantil, y también la de los padres y los niños y niñas juntos, en tantas áreas como sea posible en la vida del municipio, como una forma de desarrollar la responsabilidad dentro de la comunidad y de hacer de la ciudadanía una experiencia real para los niños y las niñas» Todo ello exige, en primer lugar, que la sociedad vaya modificando su concepción sobre los niños, para confiar en sus capacidades como ciudadanos activos y comprometidos; y, en segundo lugar, que los adultos aprendan a escuchar y a tener en cuenta lo que nos sugieren.

Eso introduce ya la segunda condición que citábamos: el desarrollo de la capacidad de participar. El derecho a la participación social de la infancia supone el reconocimiento de que este sector de la población goza de una cierta capacidad genérica para participar.

Ahora bien, esta capacidad genérica, para hacerse realmente efectiva, debe desarrollarse. Por eso es necesario no sólo admitir el derecho a participar, sino también formar a los individuos para que puedan ejercerlo eficazmente. Aunque no podemos extendernos ahora en este punto, sí interesa enfatizar dos aspectos.

El primero es que, como ya avanzamos, la más eficaz formación para la participación es aquella que se consigue a través de la propia práctica de la participación; es decir, aquel principio del activismo pedagógico el famoso learning by doing también se aplica a nuestro tema.

El segundo aspecto es que el desarrollo de las competencias participativas abarca todo el arco de las dimensiones de la educación, es decir, conocimientos, destrezas y habilidades, actitudes y valores.

A eso nos vamos a referir a continuación. Franch, en un texto de , decía que la educación consiste en «aprender a actuar» adquirir instrumentos para intervenir en la propia realidad , «aprender a relacionarse» adquirir las capacidades para interactuar con los demás y «aprender a pensar» construir la forma específica de interpretar la realidad Más recientemente, en el conocido Informe Delors, La educación encierra un tesoro , se hablaba de cuatro dimensiones: «aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser» Pues bien, el aprendizaje de la participa-ción abarca, como veremos a continuación, elementos que se refieren a cada una de estas dimensiones.

La primera «aprender a conocer» se referiría a los conocimientos y a la información necesarios para participar. Ante todo, al conocimiento de los propios derechos que legitiman la participación infantil, a los que nos acabamos de referir.

Aunque la competencia psicológica para participar se puede poseer con independencia de su reconocimiento legal, no hay duda de que el hecho de ser consciente de tal derecho promueve el uso de la competencia correspondiente. En México, por ejemplo, durante el año pudimos observar una importante ola de manifestaciones feministas en contra de la violencia en razón de género, de los feminicidios y de la ineficiencia de las actuaciones de las autoridades públicas para erradicar este fenómeno.

Muchas de estas protestas adoptaron formas no convencionales de expresión, como pintadas de edificios públicos y monumentos, e, incluso, surgieron enfrentamientos con las autoridades. Las protestas feministas que se dieron en México en recurrieron a mecanismos no convencionales de expresión política, entre ellos, a la reivindicación de los lugares públicos y de los símbolos nacionales.

Estos hechos abrieron un importante debate en los medios y en la opinión pública acerca de la validez y legitimidad de este tipo de protestas. Algunas voces condenaban el uso de violencia como mecanismo de protesta en contra de las agresiones en razón de género y apuntaba a que ello deslegitimaba al movimiento.

Otras posturas señalaban que la protesta con violencia nace de la desesperación, de la inactividad de las autoridades, de la invisibilización de las demandas de las mujeres en el debate público. También apuntaban a que otras protestas, realizadas de manera pacífica durante años, no lograron la cobertura mediática, la atención de la opinión pública ni la respuesta de las autoridades.

La legitimidad del uso de la violencia puede ser muy compleja y las posturas pueden ser diversas en los distintos grupos sociales. En en América Latina se dieron importantes protestas feministas en contra de la violencia hacia las mujeres.

Este performance callejero se convirtió en un himno del movimiento feminista internacional y fue interpretada por mujeres de Alemania, Argentina, España, Francia, Grecia, Inglaterra, Japón, Kenia, México, Portugal y Turquía, entre muchos otros. La participación no convencional es ampliamente utilizada, en especial, cuando las personas consideran que sus demandas no han sido atendidas adecuadamente a pesar de haber sido canalizadas a través de otros mecanismos.

También, con frecuencia, permiten lograr una mayor visibilidad ante la sociedad en general y resultan más flexibles, más accesibles y más cercanas a la gente. Skip to content BUSCAR ACERCA DEL FARO DEMOCRÁTICO. MÓDULO 3: COHESIÓN SOCIAL. MÓDULO 5: ESTADO DE DERECHO. Ciudadanía y participación ×.

La diferencia entre éstas es la siguiente: La participación convencional es aquella que aparece como legal y legítima, es demandada por el sistema político y promovida por las élites y las instituciones. La participación no convencional es aquella que no emplea los canales institucionalizados, en ocasiones es extralegal y suele ser irregular, específica e infrecuente.

Algunos autores prefieren no llamarla participación no convencional sino hablar de ella como formas de acción política. EN RESUMEN. Las personas pueden participar de diferentes maneras en un sistema político democrático. Una de las ventajas de los sistemas democráticos es que se puede participar en política mientras que en los sistemas no democráticos no existe esa posibilidad, es decir, no puedo participar, ni opinar, ni ejercer mi libertad.

Seguir la campaña electoral a través de los medios de comunicación. Seguir la campaña electoral asistiendo a mítines y reuniones. Participar en la campaña apoyando a un partido o candidato. Contribuir a campaña con recursos económicos.

Persuadir a otras personas para orientar su voto. Postularse a un cargo de elección popular. Enviar cartas o mensajes de apoyo o de protesta a autoridades e instituciones. Solicitar entrevistarse con autoridades para tratar problemas comunes o personales. Firmar peticiones colectivas a las autoridades para reclamar alguna actuación política.

Informarse sobre la política a través de los medios de comunicación. Debatir cuestiones políticas con amigos, familiares, compañeros de trabajo, etc.

Expresar opiniones en una carta al periódico. Expresar opiniones en las redes sociales. Participar en manifestaciones autorizadas. Participar en grupos o movimientos para resolver problemas locales. Afiliarse a partidos u organizaciones. Contribuir económicamente al apoyo de causas políticas.

La participación convencional es cualquier actividad realizada en el ámbito público, con el objetivo de influir en la política, y que sea considerada legítima por la sociedad. Entre las actividades convencionales podemos distinguir aquellas relacionadas con el proceso electoral, la formación de la opinión pública, el contacto con las instituciones y la movilización política organizada.

EL VOTO COMO ACCIÓN POLÍTICA. THERE IS NO SUCH THING AS NO VOTING. Eric Lui. Septiembre de THERE IS NO SUCH THING AS NO VOTING ×. El voto es el acto de participación política más importante para la democracia. A través del voto determinamos quiénes y cómo deben gobernar, ejercemos el control sobre el gobierno y expresamos nuestra pertenencia a la comunidad política.

Participación no resulta fácil de definir. El concepto participar viene definido en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua Planteamos aquí dos esquemas más que son importantes y útiles. Leer los labios: Un participante dirá una frase sencilla Debajo un sueño o deseo “sencillo” Después de varias sesiones orientadas a la participación social o comunitaria de los jóvenes, necesito hacer hincapié en una serie de: Participación sencilla aquí





















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De la Participación Simple a los Espacios de Participación

Participación sencilla aquí - participación no resulta fácil de definir. El concepto participar viene definido en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua sencilla de conectar con los residentes y recabar sus opiniones participación en múltiples proyectos. aquí. ¿Quieres más ejemplos? Consulta A través de este canal se ofrece información detallada, sencilla, fácil de entender y sin tecnicismos. Telefónico: CONMUTADOR: Contact center: () 04 El objeto de este artículo es fundamentar el derecho de la infancia a la participación social y presentar una propuesta concreta que haga posible el

Lástima que fue suspendido y reorientado en una forma que favorece la administración de los recursos humanos y financieros muy tradicional.

Le falta la participación real de las familias y comunidades quienes, a mi modo de ver podrían ser participantes de su desarrollo si se aplican técnicas de participación e inclusión. Soy docente universitaria y coordino un proyecto de transparencia electoral,ademas soy investigadora en participacion politica y ciudadania,megustari mucho poder participar.

Me interesa mucho el tema, soy profesora, inactiva como docente, pero muy interesada por el desarrollo de mi país, será que en Nicaragua permitirán trabajar en participación ciudadana de la mano con el gobierno, porque esa es la idea para incidir positivamente?

Estoy muy interesada en el tema, soy profesora, ¿será que en Nicaragua se pueda trabajar en participación ciudadana de la mano con el gobierno para incidir positivamente en políticas públicas? Soy militante político y social desarrollando actividades en comunidades vulnerables y con posibilidades muy escasas de mejorar su situación por lo que tratamos de generar actividades y proyectos de todo tipo que propenda a cambiar la situación.

me gustaria participar, en estos tiempos dificiles ayudar a las comunidades mas vulnerables hacer investigacion, y a producir a traves de proyectos socioproductivos que generen bienestar común.

Interesante, mi interrogante es en qué idioma será impartido el curso o lo impartiran en diferentes idiomas, gracias desde Venezuela. Gracias a todos por sus comentarios e interés. El curso ya ha comenzado el día 15 de marzo y es dictado en el idioma inglés solamente.

Felicitaciones, exitos, me gustaría participar con ustedes. Soy Venezolano Innovador Social tengo varias innovaciones disponibles al servicio de cualquier causa justa.

Me gustaria participar en este curso, creo que es muy importante estar preparado en estos aspectos del desarrollo sustentable y la participación de todos los ciudadanos es definitivamente imprescindible.

Quisiera aportar a mi país Venezuela, estamos pasando por un ´período muy crítico y es deber de todos ayudar a mejorar nuestra calidad de vida. Trabajé por mas de 15 años con proyectos multilaterales y gustaría particioar.

Estoy a tiempo? Cómo lo hago? nattyfranchir hotmail. Me interesa el tema de la participación ciudadana, y de hecho estoy comenzando a trabajar en el mismo. Quisiera información de cómo participar!! Gracias y mucho éxito!

Me parece una estupenda oportunidad para obtener herramientas que me permitan aportar en el tan necesrio desrrollo de mi país, Cuales son los pasos que he de seguir para poder participar?

quiero aprender. soy estudiante del nivel inicial. me interesa todo lo que pueda brindar desde la niñez. Me interesa llevar el curso porque estoy íntimamente involucrado en proyectos que implican y requieren incrementar la participación ciudadana.

Les quedaría muy agradecido por la oportunidad. Me encantaría participar, esto y segura que la única forma de cambiar este sistema es con la participación activa de la ciudadanía que permita una fiscalización de las acciones de los gobernantes.

Atentamente solicito me compartan información cuando se realice otro curso on line de esta naturaleza, pues hasta hoy me he enterado del que se efectuó en marzo y abril de Mi e-m: marcobarahona03 gmail. Soy guatemalteco, analista e investigador político.

Muchas gracias. claro que me gustaria participar desde la comunidad la estanzuela,,monterrey,n. mexico saludos a la red internacional,,colaboro con las embajadas para tratar de legalizar su estancia en esta republica a las personas que vienen de otros paises ,,me he encontrado con varias personas de el salvador,honduras,nicaragua etc..

en facebook ,,me ubican como javier perez gestor social honorifico.. deseo tener comunicacion con todos ustedes sin excepcion. Hola recién me estoy enterando de este curso y quiero recibir mayor información sobre costos, cuándo se llevará a cabo nuevamente y si habrá alguno que sea en español.

Soy mexicana y para mi es muy importante porque en el lugar donde vivo estamos iniciando un proceso de organización vecinal para resolver los problemas que nos aqueja, sobre todo el de delincuencia e inseguridad. Quedo en espera de sus comentarios.

Estoy interesada en tener más información sobre este curso ¿habrá próximamente otro, lo hay en español, qué costo tiene? Soy mexicana y en el lugar donde vivo estamos iniciando un proceso de organización vecinal para solucionar problemas de delincuencia e inseguridad.

Quedo en espera de su respuesta. Saludos cordiales. He observado en mis experiencias, la imposibilidad de aplicación de políticas públicas muy favorables para el desarrollo local, las cuales no se han podido aplicar ni poner de conocimiento y mucho menos en práctica por la falta de participación de los ciudadanos municipales.

Cómo lograr una participación ciudadana activa? De verdad que me he visto haciéndome esta pregunta innumerables veces. Mucho me interesa participar en una capacitación de este tipo. Deseo participar y dar a conocer como podemos ayudar a fomentar una mejor economía en nuestro país México, con la participación del ciudadano, común y corriente, para una mejor calidad de vida para la mayoría.

Hola Soy Yudith Sujiero y pido que Bolivia tenga un Producto Interno Bruto Educativo , para que la educacion en Bolivia mejore , la clave para que Bolivia salga adelante es que invertamos mas en Educacion Educacion y Educacion esa es la clave para que Bolivia sea grande..

En , siete parlamentarios chilenos presentaron un proyecto de ley, proponiendo la construcción de un memorial y circuito de la memoria en la comuna de La Reina en recuerdo de las víctimas de la dictadura Militar en Chile. La Municipalidad de La Reina solicitó la opinión de la comunidad sobre el monumento propuesto para preguntar si su construcción sería apropiada.

La municipalidad recogió las opiniones de la comunidad y luego cerró el ciclo de retroalimentación informando sobre sus hallazgos, que finalmente determinaron que los residentes no estaban a favor de la construcción.

Esta información se ha transmitido al Senado, que la está utilizando para justificar la construcción o no del monumento. Revisa el proceso aquí.

Con más de participantes ya, el programa Our Cambridge pretende crear un Ayuntamiento más eficiente y sostenible para el futuro de la ciudad.

Como parte de este programa, Cambridge está recopilando información de los residentes a través de una encuesta exhaustiva en la plataforma CitizenLab utilizando la herramienta de encuesta interna para comprender mejor sus necesidades y prioridades.

El objetivo es situar a los residentes y las comunidades en el centro de la conversación y construir una imagen compartida para el futuro que garantice una vida segura, feliz y saludable para todos en la ciudad.

Los resultados de la encuesta se publicarán a finales de mayo y, como incentivo a la participación, todos los participantes podrán ganar una tarjeta regalo Love Cambridge de libras. Rueil Malmaison es un suburbio de París con muchas aldeas diferentes, y quieren hacer mejoras en cada una de ellas.

Todas las ideas presentadas han sido estudiadas por los Consejos de los Pueblos para asegurarse de que son viables y sirven al interés general, y ahora esperan conocer la opinión de sus residentes sobre qué iniciativas deben tener prioridad para asegurarse de que están abordando proyectos que importan.

Al consolidar sus ideas y proyectos de participación en un proyecto en línea, los residentes pueden interactuar con sus compañeros e inspirarse en los debates de otros pueblos, lo que les permite conocer mejor su comunidad. Explora todas las ideas aquí.

En la plataforma de participación comunitaria de Novi Sad, la administración municipal ha propuesto más de 90 proyectos para incluirlos en su plan plurianual de mejoras comunitarias, y actualmente buscan la opinión y los votos de sus residentes para que les ayuden a priorizar las iniciativas.

Con proyectos que van desde la construcción de un nuevo centro de reciclaje hasta la mejora del suministro de agua potable, los residentes pueden votar y comentar las ideas que desearían ver aplicadas. Aunque parezca mucha información para asimilar, los residentes pueden hacerse una idea rápidamente de lo que implica cada proyecto propuesto y su ubicación consultando la lista y el mapa.

Pero conviene repetir que esa combinación es impredecible: tan amplia como los problemas, las necesidades, las aspiraciones y las expectativas de quienes le dan vida a la democracia.

Imposible responder a esta pregunta con una fórmula única. Cada sociedad es distinta. Antes cité a Fernando Savater para decir que la política no es sino el conjunto de razones que tienen los seres humanos para obedecer o para rebelarse.

Y ahora debo agregar que esas razones nunca se dan de manera lineal: los ciudadanos casi siempre cumplimos ambos roles de manera alternativa, tanto como los gobiernos están obligados a buscar un cierto equilibrio entre el cumplimiento de las demandas formuladas por la sociedad y la necesidad de ejercer el poder.

Equilibrios difíciles, que sin embargo han de resolverse mediante cauces democráticos; es decir, a través de la solución legítima y civilizada del interminable conflicto social que supone la convivencia entre seres humanos.

Sin embargo, conviene reproducir aquí los resultados de las investigaciones empíricas reunidas por Milbrath, para ofrecer algunas conclusiones que vale la pena tener en cuenta, pues el paso del tiempo las ha confirmado:. Y en este sentido, también es esencial la preparación moral de los ciudadanos - la cultura política - para sostener la posibilidad misma de participar en los momentos decisivos.

La mejor participación ciudadana en la democracia, en suma, no es la que se manifiesta siempre y en todas partes, sino la que se mantiene alerta; la que se propicia cuando es necesario impedir las desviaciones de quienes tienen la responsabilidad del gobierno, o encauzar demandas justas que no son atendidas con la debida profundidad.

No es necesario ser gladiadores de la política para hacer que la democracia funcione. Pero sí es preciso que los espectadores no pierdan de vista el espectáculo. En ellos reside la clave de bóveda de la participación democrática.

Participación Ciudadana y gobierno. Conservar un cierto equilibrio entre la participación de los ciudadanos y la capacidad de decisión del gobierno es, quizás, el dilema más importante para la consolidación de la democracia.

De ese equilibrio depende la llamada gobemabilidad de un sistema político que, generalmente, suele plantearse en términos de una sobrecarga de demandas y expectativas sobre una limitada capacidad de respuesta de los gobiernos. Término difícil y polémico, que varios autores interpretan como una trampa para eximir a los gobiernos de las responsabilidades que supone su calidad representativa, pero que de cualquier modo reproduce bien las dificultades cotidianas que encara cualquier administración pública.

Los recursos públicos, en efecto, siempre son escasos para resolver las demandas sociales, aun entre las sociedades de mejor desarrollo y mayores ingresos.

Y uno de los desafíos de mayor envergadura para cualquier gobierno consiste, en consecuencia, en la asignación atinada de esos recursos escasos en función de ciertas prioridades sociales, económicas y políticas. Si nos atuviéramos a una visión simplista del régimen democrático, podríamos concluir que el mejor gobierno es el que resuelve todas y cada una de las demandas planteadas por los ciudadanos en el menor tiempo posible.

Pero ocurre que un gobierno así no podría existir: aun en las mejores condiciones de disponibilidad de recursos, las demandas de la sociedad tenderían a aumentar mucho más de prisa que la verdadera capacidad de respuesta de los gobiernos.

Cada demanda satisfecha generaría otras nuevas, mientras que los medios al alcance del gobierno estarían irremediablemente limitados, en el mejor de los casos, a la dinámica de su economía.

De modo que, al margen de los conflictos que podría plantear la permanente tensión entre las aspiraciones de igualdad y de libertad entre los ciudadanos, un régimen capaz de satisfacer hasta el más mínimo capricho de sus nacionales acabaría por destruirse a sí mismo.

El mundo feliz que imaginó Aldous Huxley sólo podría subsistir como lo describió ese autor: a través de un gobierno tiránico y con estratos sociales inamovibles. No sería un gobierno democrático sino una dictadura.

Más allá de la ficción, por lo demás, en el mundo moderno ya se han puesto a prueba por lo menos dos tipos de régimen político que han intentado controlar con la misma rigidez tanto las demandas de los ciudadanos como las respuestas de sus gobiernos -el fascismo y el comunismo-, y ambos han fracasado trágicamente.

La libertad de los individuos no se deja gobernar con facilidad, ni tampoco es posible anular sin más sus deseos de alcanzar la mayor igualdad. De modo que las democracias modernas se mueven entre ambas aspiraciones, en busca de aquel equilibrio entre demandas y capacidad de respuesta; entre participación ciudadana y capacidad de decisión del gobierno.

Los recursos al alcance de un gobierno no se constriñen, sin embargo, a los dineros. Sin duda, se trata de uno de los medios públicos de mayor importancia. Pero hay otros de carácter simbólico y reglamentario que, con mucha frecuencia, tienen incluso más peso que la sola asignación de presupuestos escasos.

los gobiernos no sólo administran el gasto público, sino que emiten leyes y las hacen cumplir, y también producen símbolos culturales: ideas e imágenes que hacen posible un cierto sentido de pertenencia a una nación en particular e identidades colectivas entre grupos más o menos amplios de población.

Estos últimos forman además los criterios de legitimidad sobre los que se justifica la actuación de cualquier gobierno: las razones - más o menos abstractas -que hacen posible que los ciudadanos crean en el papel político que desempeñan sus líderes.

La legitimidad es, en ese sentido, la clave de la obediencia. Para ser más explícitos: lo que se produjo durante las revoluciones de finales del siglo XVIII y principios del XIX fue, en principio, el descrédito de la legitimidad heredada que proclamaban los reyes y su sustitución por otra, basada en la elección popular de los nuevos representantes políticos.

Los recursos financieros, jurídicos y simbólicos que posee un gobierno están íntimamente ligados, pues, a la legitimidad de sus actos: a esa suerte de voto de confianza que les otorgan los ciudadanos para poder funcionar, y sin el cual sería prácticamente imposible mantener aquellos equilibrios que llevan a la gobernabilidad de un sistema.

Gobernabilidad y legitimidad: palabras concatenadas que se entrelazan en la actividad cotidiana de los regímenes democráticos a través de los conductos establecidos por las otras dos palabras hermanas: representación y participación.

Mediante las decisiones legislativas y reglamentarias, los actos y los mensajes políticos, y el diseño y el establecimiento de políticas públicas.

Conductos todos en los que resulta indispensable, para un régimen democrático, contar con su contraparte social: la participación de los ciudadanos. Llegados a este punto, los matices democráticos comienzan a ser cada vez más fríos. Ya hemos visto que existen múltiples cauces institucionales para asegurar que la opinión de los ciudadanos sea realmente tomada en cuenta en las actividades legislativas y políticas del gobierno, para garantizar que la representación no se separe demasiado de la participación.

Pero es en la administración pública cotidiana donde se encuentra el mayor número de nexos entre sociedad y gobierno y en donde se resuelven los cientos de pequeños conflictos que tienden a conservar o a romper los difíciles equilibrios de la gobernabilidad.

Sería imposible enumerarlos, entre otras razones, porque probablemente nadie los conoce con precisión. En ellos cuentan tanto las leyes y los reglamentos que dan forma a las diferentes organizaciones gubernamentales, como las demandas individuales y colectivas de los ciudadanos que deciden participar.

Se trata de un amplio entramado de pequeñas redes de decisión y de acción que todos los días cobra forma en los distintos niveles de gobierno. Más allá del funcionamiento de los parlamentos legislativos y de los procesos electorales, para la administración pública el ciudadano ha ido perdiendo la vieja condición de súbdito que tenía en otros tiempos, para comenzar a ser una suerte de cliente que demanda más y mejores servicios de su gobierno y un desempeño cada vez más eficiente de sus funcionarios, porque paga impuestos, vota y está consciente de lOS derechos que le dan protección.

El ciudadano de nuestros días está lejos de la obediencia obligada que caracterizó a las poblaciones del mundo durante prácticamente toda la historia.

La conquista de los derechos que condujeron finalmente al régimen democrático -derechos civiles, políticos y sociales - cubrió un largo trayecto que culminó- si es que acaso ha culminado -hasta hace unas décadas. Primero fueron los límites que los ciudadanos impusieron a la autoridad de los gobernantes, en busca de nuevos espacios de libertad.

Fue aquel primer proceso del que ya hemos hablado y que condujo, precisamente, a la confección de un nuevo concepto de ciudadano y a la creación de un ámbito privado para acotar la influencia del régimen anterior.

Más tarde vinieron los derechos políticos que ensancharon las posibilidades de participación de los ciudadanos en la elección de sus gobernantes. Y por último, los derechos sociales: los que le pedían al Estado que no sólo se abstuviera de rebasar las fronteras levantadas por la libertad de los individuos -los derechos humanos-, sino que además cumpliera una función redistributiva de los ingresos nacionales en busca de la igualdad.

De modo que, en nuestros días, las funciones que desarrolla el Estado no solamente están ceñidas al derecho escrito, sino que además han de desenvolverse con criterios democráticos y sociales. Vivimos, en efecto, la época del Estado social y democrático de derecho.

Por eso ya no es suficiente que los gobiernos respondan de sus actividades exclusivamente ante los cuerpos de representación popular, sino también ante los ciudadanos mismos. Y de ahí también que las otrora distantes autoridades administrativas hayan ido mudando sus procedimientos para seleccionar prioridades por nuevos mecanismos de intercambio constante con los ciudadanos que han de atender.

Y ese cambio ha llevado, a su vez, a la revisión paulatina de las divisiones de competencias entre órganos y niveles de gobierno que habían funcionado con rigidez. Convertidos en ciudadanos, los antiguos súbditos exigen ahora no Sólo una mejor atención a sus necesidades, expectativas y aspiraciones comunes, sino una influencia cada vez más amplia en la dirección de los asuntos públicos.

En las democracias modernas, cada vez se gobierna menos en función de manuales y procedimientos burocráticos, y más en busca de las mejores respuestas posibles a las demandas públicas.

Se trata de una transformación que está afectando muchas de las viejas rutinas burocráticas y que está obligando, también, a entender con mayor flexibilidad las fronteras que separaban las áreas de competencia entre los gobiernos nacional, estatal y local.

Las prioridades y los programas de gobierno, entendidos como obligaciones unilaterales de los organismos públicos, están siendo sustituidos gradualmente por una nueva visión apoyada en el diseño de políticas públicas que atraviesan por varios órganos y varios niveles al mismo tiempo.

Ya no son los viejos programas gubernamentales que se consideraban responsabilidad exclusiva de los funcionarios nombrados por los líderes de los poderes ejecutivos, sino políticas en las que la opinión de los ciudadanos cuenta desde la confección misma de los cursos de acción a seguir, y también durante los procesos que finalmente ponen en curso las decisiones tomadas.

Políticas públicas en el más amplio sentido del término; es decir, acciones emprendidas por el gobierno y la sociedad de manera conjunta. Pero que lo son, además, porque exceden los ámbitos cerrados de la acción estrictamente gubernamental:.

Gobernar no es intervenir siempre y en todo lugar ni dar un formato gubernamental homogéneo a todo tratamiento de los problemas.

Lo gubernamental es público, pero lo público trasciende lo gubernamental. Una política puede ser aquí una regulación, ahí una distribución de diversos tipos de recursos incentivos o subsidios, en efectivo o en especie, presentes o futuros, libres o condicionados , allá una intervención redistributiva directa, más allá dejar hacer a los ciudadanos.

Una visión participativa del quehacer público, sin embargo, no ha de confundirse con una ausencia de responsabilidad por parte de quienes representan la vida política en una nación. Sumar la participación ciudadana a las tareas de gobierno no significa lanzar todas las respuestas públicas hacia una especie de mercado político incierto ni, mucho menos, que el Estado traslade sus funciones hacia los grupos sociales organizados.

lo que significa es un cambio de fondo en las prácticas gubernativas que llevaron a separar, artificialmente, las ideas de representación y de participación como si no formaran el binomio inseparable de los regímenes democráticos.

Ni es tampoco una nueva forma de movilización "desde arriba", porque el elemento clave de cualquier política pública reside en la libre voluntad de los ciudadanos. Ciertamente, no es sencillo distinguir los matices ni las posibles desviaciones que suelen ocurrir en la práctica cotidiana de los gobiernos.

Pero tampoco debe perderse de vista lo que hemos repetido a lo largo de las páginas anteriores: la verdadera participación ciudadana es el encuentro entre algunos individuos que libremente deciden formar parte de una acción colectiva y de un entorno que la hace propicia.

Ya hemos dicho que en ese proceso de transformación de las prácticas gubernativas se han ido diluyendo, también, los cotos que solían separar a los distintos niveles de competencia. La organización departamental que acuñó el siglo pasado para responder a las funciones de gobierno y los criterios de soberanía o de autonomía entre los ámbitos locales, regionales y nacionales de cada gobierno.

Problema difícil, que sin embargo forma parte de las agendas nacionales de las democracias contemporáneas.

Si a partir de una visión participativa de la administración pública cada problema amerita una solución propia y un cauce para hacer posible la participación de los ciudadanos, salta a la vista que las rígidas divisiones formales de competencias pueden convertirse en un obstáculo a la eficiencia de las respuestas.

La escasez de los recursos disponibles y la creciente complejidad de las sociedades modernas, por lo demás, hace cada vez más necesaria la búsqueda de soluciones flexibles y el apoyo recíproco entre distintas unidades de gobierno, y de éstas con la sociedad.

Es obvio que a finales del siglo XX los problemas que afronta un gobierno son mucho más complicados que a principios del X[X; pero también lo es que el desarrollo tecnológico ha incrementado sus posibilidades de respuesta. En nuestros días, la comunicación y los intercambios entre distintos países son tan amplios como las redes que enlazan a las ciudades y a las comunidades de cada nación en particular: la interdependencia, esa palabra de la que tanto oímos hablar cuando se discuten los problemas universales, es también una realidad hacia el interior de los estados nacionales.

En las democracias más avanzadas cada vez hay menos comunidades aisladas de toda influencia exterior - si es que las hay - , y cada vez son más complejos los problemas que el gobierno debe afrontar.

De modo que las antiguas divisiones tajantes entre gobiernos regionales y nacionales - que colocaban al ciudadano ante dos autoridades distintas, con competencias cruzadas y diferentes soluciones para las mismas demandas - cada vez son más un obstáculo que una alternativa de solución.

Porque los ciudadanos y los problemas que afrontan son los mismos, aunque las divisiones administrativas que sirven para la organización del gobierno tiendan a separarlos.

lo que significa es que hay una tendencia creciente a perfeccionar las relaciones entre gobiernos: entre niveles locales, regionales y nacionales de administración pública dentro de cada país.

Se trata, pues, de otra paradoja producida por la convivencia entre representación y participación: si la primera lleva a la elección del mayor número posible de autoridades, para asegurar que la voluntad popular esté detrás de cada uno de los cargos que exige la administración pública, la segunda exige que los representantes políticos refuercen sus lazos de coordinación, entre sí mismos y con la sociedad que los ha electo, para responder con mayor eficacia a las demandas cotidianas de los ciudadanos.

Dice bien Richard Rose: "las políticas públicas unen lo que las constituciones separan". Ambos son procedimientos democráticos y ambos están llamados a coexistir: las elecciones para designar cargos públicos, y las relaciones cotidianas entre sociedad y gobiernos - locales, regionales y nacionales - para dirimir conflictos y soluciones comunes.

Los cambios que la cada vez más amplia participación ciudadana ha introducido en las prácticas de gobierno no se entenderían cabalmente, finalmente, sin el doble concepto de responsabilidad pública. La idea clave que dio paso a la democracia moderna - no lo perdamos de vista - fue la soberanía popular.

Si los reyes soberanos sólo respondían ante Dios, los representantes políticos del Estado moderno han de responder ante el pueblo que los nombró. los votos no les conceden una autoridad ilimitada, sino la obligación de ejercer el poder público en beneficio del pueblo.

De acuerdo con la formulación clásica de Abraham Lincoln, es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En este sentido, buena parte de la evolución de los regímenes democráticos se explicaría como un esfuerzo continuo por hacer más responsables a los gobiernos frente a la sociedad.

En las democracias la pregunta fundamental no siempre es ¿quién debe gobernar? La pregunta central, una vez que el gobierno ha quedado formado, podría formularse más bien de la manera siguiente: ''¿que podemos hacer para configurar nuestras instituciones políticas, de modo que los dominadores malos e incapaces - que naturalmente intentamos evitar, pero que no resulta fácil hacerlo - nos ocasionen los menores daños posibles y podamos deshacernos de ellos sin derramar sangre?

La responsabilidad de los gobernantes constituye, en efecto, una de las preocupaciones centrales de las democracias modernas. No sólo en términos de la capacidad de respuesta de los gobiernos ante las demandas ciudadanas, como hemos visto hasta ahora, sino del buen uso de los recursos legales que los ciudadanos depositan en sus representantes políticos.

Es una palabra con doble significado, que lamentablemente no tenemos en el idioma español: responsabilidad como responsiveness, en el sentido de que los gobernantes deben responder ante la sociedad que los eligió y ser consecuentes con sus demandas, necesidades y expectativas; y también como accountability: la obligación de rendir cuentas sobre su actuación en el mando gubernamental.

Y en ambos frentes es esencial la participación ciudadana: de un lado, para garantizar las respuestas flexibles que supone la democracia cotidiana, pero del otro para mantener una estrecha vigilancia sobre el uso de la autoridad concedida a los gobernantes.

Un gobierno democrático tiene que ser un gobierno responsable, en el doble sentido del término, Pero no puede llegar a serlo, paradójicamente, silos ciudadanos a su vez no logran establecer y utilizar los cauces de participación indispensables para asegurar esa responsabilidad.

Camino de doble vuelta, la representación política y la participación ciudadana suponen también una doble obligación: de los gobiernos hacia la sociedad que les ha otorgado el poder, y de los ciudadanos hacia los valores sobre los que descansa la democracia: hacia los cimientos de su propia convivencia civilizada.

Resulta casi tautológico - una explicación que se explica a sí misma - decir que el núcleo de la participación ciudadana reside en la actitud de los individuos frente al poder. Ya en otra parte habíamos distinguido esa forma de acercarse a los problemas públicos, de tomar parte en ellos, de cualquier otra forma de acción colectiva.

Pero todavía no hemos aclarado el último punto: que no todas las formas de participación conducen a la civilidad ni a la democracia, ni tampoco que el hecho de participar en actividades públicas debe conllevar una cierta ética: una carga de valores que no sólo deben ser exigidos de los gobiernos, sino de todos y cada uno de los ciudadanos que dicen participar en favor de la democracia.

En otras palabras: que no es suficiente participar sin más en cualquier cosa y de cualquier modo para decir que se trabaja en favor de la sociedad. Con más frecuencia de la que quisiéramos, por el contrario, nos encontramos con formas de participación que tienden más a destruir que a construir nuevos espacios para el despliegue de las libertades humanas o para el encuentro de la igualdad.

De modo que es preciso subrayar que la participación ciudadana apenas podría imaginarse sin una cuota, aunque sea mínima, de eso que llamamos conciencia social. Me refiero a los vínculos que unen la voluntad individual de tomar parte en una tarea colectiva con el entorno en el que se vive.

Abundan los ejemplos de las empresas comunes que olvidan abiertamente los efectos postreros de la acción inmediata. El mundo no padecería conflictos sociales ni sufriría la depredación creciente de sus exiguos recursos, por citar sólo los ejemplos más conocidos, si todos los seres humanos actuáramos sobre la base de lo que Max Weber llamó una ética de la responsabilidad ética que, por cierto, le asignó especialmente a los políticos profesionales.

Pero ocurre que la mayor parte de las personas suele luchar por satisfacer sus intereses y sus necesidades individuales antes que permitirse el sacrificio por los demás. Y en la mayor parte de los casos, son esas necesidades e intereses privados los que mueven a los seres humanos a emprender actividades conjuntas con otros: los que empujan a la participación ciudadana.

De ahí que la trama de motivaciones y aspiraciones que rodean la vida social resulte tan complicada. No obstante, el tema que nos ocupa se encuentra a medio camino entre las razones de cada individuo y la vida política: entre los deseos personales y las restricciones y los estímulos que ofrece la sociedad.

Pero además lo hemos abordado desde una perspectiva democrática, lo que supone que la soberanía entregada a los pueblos les impone también ciertas obligaciones. Aquella idea de la responsabilidad que atañe a los gobiernos de los regímenes democráticos atraviesa también, inexorablemente, por el comportamiento de los ciudadanos.

No todo depende de las élites. Si bien son éstas las que han de asumir mayores compromisos con el mantenimiento y el respeto a las reglas del juego que hacen posible la democracia, lo cierto es que esa forma de gobierno seria imposible sin un conjunto mínimo de valores éticos compartido por la mayoría de la sociedad.

Aunque la gente no participe siempre y en todas partes -ya vimos que eso es sencillamente imposible-, la consolidación de la democracia requiere mantener abiertos los canales de la participación y despiertos los valores que le dan estabilidad a ese régimen.

Entre la actitud ética y la actitud política hay ciertamente diferencias notables: "la ética es ante todo una perspectiva personal mientras que la actitud política busca otro tipo de acuerdo, el acuerdo con los demás, la coordinación, la organización entre muchos de lo que afecta a muchos.

Cuando pienso moralmente no tengo que convencerme más que a mí; en política es imprescindible que convenza o me deje convencer por otros. De modo que en ella se reúnen los valores individuales que hacen plausible la iniciativa personal de participar, y los valores colectivos que hacen posible, además, la vida civilizada.

Algo que Victoria Camps ha llamado, en síntesis, virtudes públicas. En buena medida, la democracia es una forma de emancipación de las sociedades. Sociedades maduras que han abandonado la protección más o menos cuidadosa, o más o menos autoritaria, de alguien que vigila la convivencia a nombre de todos.

En la democracia ya no hay a quien culpar de las desgracias sociales, ni tampoco ante quien reclamar sin más el reparto gracioso de beneficios. Con la democracia los pueblos se quedan solos ante si mismos: ya no hay reyes, ni dictadores, ni partidos totalitarios, ni ideologías cerradas que ayuden a resolver las demandas o a responder las preguntas que nos hacemos.

Hay leyes, instituciones y procedimientos que regulan la convivencia, pero que a fin de cuentas llevan a cada individuo a hacerse responsable de sí mismo y de los demás. Tarea difícil y novedosa, cuando la mayor parte de la historia del mundo se ha construido a través de los grandes líderes, de los dirigentes que lo decidían todo y por todos.

Por eso la responsabilidad es la primera de las virtudes públicas que vale la pena considerar. Si antes dijimos que los monarcas absolutos eran responsables únicamente ante Dios, ahora hay que agregar que la responsabilidad de sus súbditos no era como la que han conocido las democracias modernas, porque ellos no participaban en la confección de las leyes que los regían.

No habían conquistado las libertades que nos parecen tan naturales: los derechos intrínsecos a la vida del ser humano. Ser libre, en cambio, es ser responsable. Ante los individuos con quienes se comparte la libertad. Y en ese sentido, la participación ciudadana en la democracia es también una forma de influir y de dejarse influir por quienes comparten la misma libertad de participar.

Responsables ante nosotros y ante los demás, pues el propio régimen de libertades que hace posible la participación es, al mismo tiempo, su primera frontera. En otras palabras: sería absurdo que la participación llevara hasta el extremo de destruir la posibilidad misma de participar.

Ese era el riesgo que temían los griegos, y es el mismo que obliga a tener presente la responsabilidad de los ciudadanos frente a la construcción y la consolidación de la democracia. El segundo valor que conviene recordar es la tolerancia: "el reconocimiento de las diferencias, de la diversidad de costumbres y formas de vida".

Porque si la representación política se integra a través de los votos, y éstos suponen una primera forma de aceptar y de respetar las posiciones de los demás, la participación se construye necesariamente a través del diálogo: de la confrontación de opiniones entre varios individuos independientes, que han decidido ofrecer una parte de sus recursos y de su tiempo en busca de objetivos comunes, pero que también han decidido renunciar a una porción de sus aspiraciones originales para cuajar una acción colectiva.

Sin tolerancia, la participación ciudadana seria una práctica inútil: no llevaría al diálogo y a la reproducción de la democracia, sino a la confrontación y la guerra.

Por último, la solidaridad: ese término difícil y controvertido que, sin embargo, nació desde los primeros momentos de la Revolución francesa, esa revolución de occidente en busca de libertad, igualdad y fraternidad:.

la libertad puede existir sin igualdad - escribió Octavio Paz - y la igualdad sin libertad. La primera, aislada, ahonda las desigualdades y provoca las tiranías; la segunda oprime a la libertad y termina por aniquilarla.

La fraternidad es el nexo que las comunica, la virtud que las humaniza y las armoniza. Su otro nombre es solidaridad, herencia viva del cristianismo, versión moderna de la antigua caridad.

Una virtud que no conocieron ni los griegos ni los romanos, enamorados de la libertad pero ignorantes de la verdadera compasión. Dadas las diferencias naturales entre los hombres, la igualdad es una aspiración ética que no puede realizarse sin recurrir al despotismo o a la acción de la fraternidad.

Asimismo, mi libertad se enfrenta fatalmente a la libertad del otro y procura anularla. El único puente que puede reconciliar a estas dos hermanas enemigas - un puente hecho de brazos entrelazados - es la fraternidad.

Sobre esta humilde y simple evidencia podría fundarse, en los días que vienen, una nueva filosofía política. En efecto, la idea de la solidaridad, siendo tan antigua, tiene que recrearse en el futuro. Pero el matiz con la idea fraterna es pertinente: si ésta se encuentra ligada a la caridad como un acto simultáneo de generosidad y de salvación individual, la solidaridad tiene que ver con la sobrevivencia de todos.

La fraternidad se establece entre individuos: es una relación entre personas, por si mismas. La solidaridad, en cambio, quiere abarcar a la sociedad, pero sobre todo pretende surgir de ella. Ningún gobierno puede dar solidaridad como tampoco puede dar democracia, porque ambas se desprenden de la convivencia entre ciudadanos.

De modo que la solidaridad es algo más que un acto caritativo: es un esfuerzo de cooperación social y una iniciativa surgida de la participación ciudadana para vivir mejor. Responsabilidad, tolerancia y solidaridad son valores públicos que se entrelazan, por último, con uno más amplio que los abarca: la justicia.

Pero de la justicia "sólo conocemos leves y esporádicos destellos. No sabemos cómo es la sociedad justa, porque queremos que la nuestra lo sea. Este querer implica una predisposición que puede y debe concretarse en una serie de disposiciones.

De ellas, tal vez entendamos mejor su significado negativo, lo que no son, pero esa es ya una vía para conocerlas.

Digámoslo ya de una vez: los miembros de una sociedad que busca y pretende la justicia deben ser solidarios, responsables y tolerantes. Son éstas las virtudes indisociables de la democracia. Sin duda, pues no hay otro camino que reconozca, al mismo tiempo, la civilidad y la soberanía de los pueblos.

Hermann Heller, Teoría del Estado, Fondo de Cultura Económica, México, regreso. Nie y Jae-On Kin, Participation and Political Equality.

A Seven Nation Comparison, University of Chicago Press, , p. Quizá tengan razón, pero la mayor parte de la bibliografía sobre el tema no les ayuda: cuando los ciudadanos se organizan para influir, de hecho participan en la vida política.

Y esto es lo que realmente nos interesa en el marco de la democracia: la vida pública de las sociedades, mucho más que las actividades privadas que realicen los ciudadanos regreso. Milbrath, Political Participatio.

How and Why do People get Involved in Politics? Political Attitudes and Democracy in Five Nations, Princeton University Press, regreso. El lector acucioso encontrará que la traducción de este párrafo no es perfectamente literal.

Tampoco es un passim. Simplemente he tratado de ser fiel a las ideas de Milbrath, pero también a los propósitos de este documento regreso.

Particiación also Participadión third-party cookies that help us analyze and understand how you use Fortunas de estrellas de la música website. en donde. De modo que Particupación esas ciudades tampoco Partivipación conflictos Oportunidades de premios instantáneos mayorías y Participacin, pues las decisiones se tomaban por consenso. Por lo que se refiere a la «proyectiva», es consustancial a la misma el reconocimiento a los participantes de su capacidad de tomar o compartir decisiones. Por tanto, el «aprender a hacer», referido a la participación, consistirá en la adquisición de todas aquellas capacidades habilidades, destrezas, procedimientos e incluso actitudes y valores relativas a la acción participativa. Participación: los contornos de la palabra.

By Fegor

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